Fui uno de los que se encontró con el bennyhillesco panorama el pasado sábado al comienzo (¿o quizá debería decir final?) de la pista Pino Carretón. Si bien tengo estudios y podría ser más fino y educado, lo cierto es que las prohibiciones en la cara norte de la isla me tocan bastante los cojones, y me los tocan por unas cuantas razones por las que si me columpio en alguna, ruego que se me corrija.

Una moto, un quad y una bicicleta no son la misma cosa. Un jodido caballo que me mira mal, tampoco. De los caballos sólo estimo favorablemente los traseros de algunas amazonas, pero voy a lo que voy que si no me lío. Los dos primeros ROMPEN las pistas y son eminentemente contaminantes, mientras que las bicis, salvo imitador de Sam Hill cuyo porcentaje de participación por nuestros montes no supera el 3% tirando por lo altísimo, limpian las pistas (sobre todo de zarzas, dado que la mayoría se quedan a vivir en mis brazos y piernas) y no soy capaz de ver tubo de escape alguno. Pero da igual, si te metes por un lugar prohibido (algunas veces una pista en pendiente es un sendero con todas sus letras para esta autoridad que nos mira a unos y a otros con distinta vara de medir), la multa es la misma para todos. Y no, señores; no es lo mismo que te metan un alfiler por el culo que la mamba negra de Kill Bill. 

Sobre la vara de medir me refiero a que si formas parte de un club determinado o sales con alguien determinado, ¡no pasa nada, oiga! Esta gente se mete por todos los senderos que les sale del pito (hablo así por envidia, no por otra cosa), publican las fotos en sus facebooks y, como otrora cantara Julito Iglesias, "la vida sigue igual...". A mí me ven al pie de los escalones al lado del restaurante en Cruz del Carmen y ya se ven con parte de mi nómina en sus arcas. Me hacen sentir un Lute, un asesino en serie y sobre todo, un pecador de la pradera.  Pues no me gusta, como tampoco me gusta que a uno que oposite conmigo le hayan dado las preguntas del examen.

Otra cosa: si pagas 20 euros por una Hoya del Abade, 300 caballos desbocados pueden bajar como almas que carga el diablo por senderos que, de no pagar el diezmo, te levantan el sueldo, te bajan el culotte y encima te pone cara de "dame las gracias de que te perdone la vida, biciclista infame". Me resulta divertido, por no decir que me estruja el escroto.

Y otra más: si un ciclista atropella a un senderista, se le denuncia; si un coche va en sentido contrario y provoca un accidente, se le denuncia; si un senderista te dice "¡ponle un timbre a esa bicicleta, hosssstia!", se le dice "¡godo cabrón!" y le mandas un beso volado. Pero al resto que somos la inmensa mayoría, que no atropellamos a nadie, que tenemos cuidado con nosotros y nuestros semejantes (y semejantas, que se está llenando el monte de hermosas doncellas y sale uno como... ¡cojones!, como con más ganas de salir a montar al monte, no se me entienda mal), que se nos deje en paz o que al menos nos hagan la vista gorda como a los privilegiados con patente de corso mentados en el tercer párrafo.

Lo peor de todo es que después de unas breves vacaciones que me aguardan tanto en La Gomera como en La Palma con mi bici, luego tendré que regresar a la realidad de esta isla que debería aprender de aquéllas... al menos en el uso feliz y multidisciplinar de sus senderos.

Bueno, la próxima vez que vea a los guardias les invito a la cocacola.

Con ganas de ir me quede...