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Inicio » Crónica Viaje Bolivia-Chile en bicicleta

Cancosa, de vuelta a Bolivia

Adentrándonos con incertidumbre en Bolivia al salir de Cancosa. En la distancia se atisbaba el Salar de Uyuni.Sentados en el vehículo, las distancias enormes y los grandes espacios nos dieron una muestra más de lo inhóspito de esta tierra si te adentras en ella en cualquier cosa que no tenga motor.
 
En Cancosa nos encontramos con un pequeño (nuevamente) pueblo deshabitado, dónde los únicos vecinos eran los carabineros (cuerpo policial chileno) destacado en el mismo. Nos ofrecieron su amabilidad, nos hicieron pasta y nos dieron agua para continuar tras algunas dudas sobre el sellado del pasaporte, ya que no era una zona habitual de tránsito. 
 
Pese a las referencias de D. Antonio teníamos serias dudas sobre lo que nos íbamos a encontrar y me sentí algo sobrepasado por el terreno; una cosa era el mapa y otra era lidiar contra las pistas y las circunstancias reales. Así que con aire incierto cruzamos la inexistente frontera y nos adentramos buscando las primeras poblaciones bolivianas.
 
En unos 11 km dimos con vida, una auténtica villa miseria con el presuntuoso nombre de Bellavista. No había policía y los militares bolivianos, sin pantalla de plasma de 42” como sus compañeros chilenos, ni nada que se les pareciera, se limitaron a curiosear nuestros pasaportes y a apuntar a lápiz en una libreta de argolla nuestros nombres. No pudiendo continuar hasta Llica, nuestro siguiente destino, pernoctamos con caseta amurados a una de las humildes casas del pueblo. Esa tarde me noté enfermo, apenas comí algo de fruta y me mediqué confiando en restablecerme para la mañana.
 
Al amanecer fuimos a dar con un chico con el que apalabramos dirigirnos a Llica para evitarnos la arena del camino. Subimos las bicis y los bultos y pronto el furgón, de cabina abierta, comenzó a poblarse de lugareños y de bolsas hasta que apenas había lugar para un alfiler, mirándonos atónitos pusimos rueda a tierra y la emprendimos a pedales.
 
El terreno, en su mayoría, acompañó aunque hubo tramos bastante malos de calamina (rizado) y arena, y los casi 45 km de pista se nos hicieron largos en las piernas y el culo, pero nos impulsaba a seguir la cercanía del Salar de Uyuni y las vistas.
 
Llegamos a Llica temprano, una ciudad más grande aunque fiel a los cánones de pobreza y servicios rudimentarios de casi toda Bolivia. Dimos con los militares locales y nos confirmaron que no había policía y que podríamos continuar sin problemas. Nos tomamos una reconstituyente sopa de arroz en un local muy sencillo y dormitamos al sol de la plaza central a la espera de contactar con los dueños de los hostales locales. Finalmente conseguimos alojamiento en las dependencias municipales, que contaban con habitaciones para rentar.
 
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