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Inicio » Crónica Viaje Bolivia-Chile en bicicleta

Salar de Uyuni

El Salar de Uyuni parece que va a hacerte desaparecer, que te disolverás en ese océano blanco en cualquier momento.Era el día. Una de las fechas más ansiadas del viaje, cruzar el Salar de Uyuni, el salar más grande de la tierra. Lo planteamos en dos etapas, al este hasta la Isla de Incahuasi (Casa del Inca) y después hasta San Juan, en el sur, pero desechamos la idea optando por llegar a Uyuni, la capital turística por excelencia, desde donde podríamos acortar en vehículo. Los días pasaban implacables y el terreno ya nos había enseñado los dientes lo suficiente como para prestarle la debida consideración.
 
Nos dieron unas señas que parecían inequívocas; tomar la senda central, la que se pierde en el mar blanco del salar y no perder nunca las huellas de los vehículos. Como referencia tendríamos a los primeros km la Isla del Pescado y posteriormente debía aparecer la silueta de Incahuasi.
 
Salar de Uyuni en bicicletaRodar en el salar es una experiencia difícilmente narrable. Aún en compañía, cuya lejanía se alimenta rápidamente a poco que te descuides y no lleves un ritmo muy similar (difícil siempre). El inconmensurable mar de blancura y soledad te rodea y parece devorarte, te sobrecoge, te reduce y te proporciona una cura de humildad difícil de olvidar. Podrías creerte que vas a desaparecer en algún momento disuelto en ese paisaje irreal e incomprensible.
 
Los kilómetros se sucedían y las gafas de sol, imprescindibles más que nunca, parecían no poder detener el torrente de luz reflejada de la superficie salina, me empezaba a doler la cabeza. Localizada con facilidad la Isla del Pescado se sucedieron otras que no esperábamos encontrar y, en la lejanía, aún a unos 20 km, flotaba como una visión la silueta de lo que debería ser Incahuasi. Fueron kilómetros de incertidumbre, no estábamos seguros de llegar a buen puerto y en el peor de los casos terminaríamos durmiendo en una roca en mitad de ese océano pálido. Teníamos comida y agua y era asumible, pero desde luego nada apetecible: ¿qué rumbo tendríamos que coger al día siguiente?.
 
Forzando la vista atisbamos lo que parecían formas artificiales y brillos de cristales, y me recuperé algo del agobio de vernos durmiendo en la nada y teniendo que adivinar el mejor recorrido para salir de allí acertando con la cercanía de alguna población.
 
Al llegar nos relajamos y disfrutamos de unas de las mejores horas de todo el viaje. Comimos carne de llama, para mí similar a la ternera, y nos alojaron en un pequeño cuarto con unas vistas privilegiadas a ese paraje extraterrestre.
 
Salar de Uyuni en bicicletaIncahuasi es una embarcación de roca varada en medio del mismo salar, repleta de enormes cactus de hasta 9 mts de altura, con muchísimos visitantes y movimiento turísitico. Las vistas son increíbles, captar su grandeza con una cámara o un móvil llega a resultar absurdo, al final terminas bajando los brazos y llenándote de su paisaje. Sobre todo al atardecer, cobra tintes mágicos. La luz cambia en el horizonte coloreando las bastas extensiones circundantes de rosa, naranja y azul pálido hasta el anochecer, desvelando un cielo límpido y cuajado de infinitas estrellas, que te hace pensar que estás mirando el firmamento nocturno por primera vez.
 
Con la Isla prácticamente vacía, compartimos unos momentos con la familia que allí vive, D. Alfredo, Dña. Bartolina, Moisés, su avispado hijo pequeño, y demás miembros. También con una valiente francesa que viajaba sola con su perrita y que llegó atardeciendo. El coraje de esta joven, que llevaba en ruta más de dos meses completamente sola, es digno de mención. 
 
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