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Sabaya, a dar pedales

El primer día nos fue muy agradable; todo el recorrido transcurriría por el cemento-hormigón de la carretera del día previo hasta Colchane, la frontera con Chile. Fueron aproximadamente unos plácidos 85 km con alguna subida y grandes bajadas donde pudimos apreciar la inmensidad y dureza del terreno, pasando a los pies del Tata Sabaya y apreciando el Salar de Coipasa. Pero las primeras fotos fueron para las omnipresentes compañeras de las riberas de las carreteras y caminos del viaje: ¡las llamas!.
Intentamos reparar el freno de Carlos en un taller local, pero el buen hombre solo logró perforar el magnesio de la botella de la horquilla empeorando el panorama. Tendríamos que recurrir a la Poxilina (¡ché, endurece aún bajo el agua, viste!).
En la aduana me llevé un buen susto en forma de biela caída al suelo sin venir a cuento, menos mal que pude recuperar el tornillo y la arandela de entre la arena, porque si no el viaje hubiera empezado muy pero que muy mal.
El paso a Chile fue tranquilo, el contraste de uno a otro país es brutal, salvaje, apenas te puedes hacer a la idea de que una realidad esté tan próxima a la otra. Una vez en terreno chileno y tras un almuerzo en la solitaria y sencilla localidad de de Colchane seguimos por carretera hasta el pueblo de Cariquima impresionados por el macizo y el pico del Volcán Isluga, que nos observaba nevado desde sus más de 5.000 mts. Como ocurriría también más tarde, el paisaje local es un recordatorio perenne de lo ínfimo que eres. De lo ridículos que somos.