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Inicio » Crónica Viaje Bolivia-Chile en bicicleta

Primera odisea, Paso Picavilque

Remontando lo bajado en el paso del Picavilque, una experiencia durísima pese a lo corto de la distancia. Primero montados, después caminando, finalmente...sufriendo como condenados.Tras no localizar al regente del hostal de la ínfima localidad de Cariquima, el Tata-Inti, optamos por probar en el colegio local, donde residen internos varios hijos de vecinos que trabajan en otras zonas, Delia, la directora fue muy amable dejándonos quedar en una de las casas del recinto, que aunque solo contaba con agua y estaba bastante dejada, nos evitó el terrible frío que amenazaba ya desde primeras horas de la tarde. También nos agasajaron con una rica y modesta cena preparada por la cocinera del recinto que me supo a manjar.
 
Nuevamente madrugamos y nos pusimos en ruta rumbo a Cancosa, en la frontera con Bolivia. Intentamos recabar señas para llegar, pero el atajo parecía muy incierto y la manera de dar señas de los chilenos es... dejémoslo en “peculiar”. Parece que si les preguntas 10 veces cada vez te darán un detalle nuevo, aparte que, al igual que en Bolivia, el dominio de las relaciones distancia / tiempo es digno de estudio. Por otro lado era muy curioso que todos los preguntados desconocieran localidades que se suponía no distaban más de 50-60 km de donde vivían (aún me pregunto, ¿dónde estará La Rinconada?).
 
Recorrimos 17 km hasta una minúscula localidad apenas poblada y que no presente en nuestro mapa, básicamente una antiquísima iglesia y cuatro casas con alguna oficina. Nos advirtieron que debíamos pasar el Paso del Picavilque, por encima de los 5.000 mts y que solo de subida eran unos 60 kilómetros hasta dicho punto, así que conseguimos transporte vecinal y por el precio acordado, D. Lorenzo nos remontó hasta dicho paso.
 
La subida era impresionante, serpenteaba pareciendo casi interminable hasta un paso descarnado donde solo habían penitentes de hielo. Según iba a dar la vuelta el buen hombre tuvo lugar una gran explosión o golpe en el capó y empezó a salir una humareda blanca. Primero pensé que era una piedra caída, pero se le había acabado el agua y había reventado el depósito producto de la presión. También había afectado parcialmente al depósito del líquido de frenos. Nos llevó más de 1 hora al frío mediodía ayudarle a arreglar el vehículo para que pudiera retornar y nosotros comenzamos la bajada por el lado contrario intentando seguir las indicaciones dadas. Era una incursión en “la nada”.
 
Tras unos kilómetros de bajada y sin verlo nada claro tuvimos que tomar la decisión más drástica para evitar que el tiempo corriera en nuestra contra: regresar a Cariquima por donde habíamos venido. Comenzamos a subir sobre los 4.600, aún pudiendo pedalear con el mayor desarrollo, y después boqueando a pie, primero a tramos de 100 metros y descansando, después 50, después hasta la siguiente piedra. La sensación, con una aclimatación no correcta (se aconseja no ascender más de 300 mts. diarios), y en mi caso sin saber como reaccionaría a la altitud, era terrible. A la fatiga extrema que la propia actividad física supone a esa altura se sumaba la sensación de mareo y de miedo por una eventual pérdida de consciencia, pero poco a poco, hora a hora, remontamos el paso con algún tiempo de luz para intentar descender lo máximo posible. Solo pudimos bajar unos 300 mts y estrenamos las tiendas con los últimos rayos de sol. Las primeras horas de la noche, con la taquicardia de la altura y el temor a alguna reacción adversa fueron terribles, después nos venció el cansancio. Ni siquiera había subido al Teide en mi tierra, y ahí estaba yo durmiendo a 1.000 mts. por encima de suyo. Fríamente, pudo ser muy peligroso.
 
Montando las casetas por primera vez para pasar la noche a 4.700 mts. La luz no daba para más. Noche de nervios y taquicardia por la altitud.Retornamos a Cariquima con el rabo entre las piernas y contactamos con otro vecino de esa localidad cuya esposa provenía precisamente de Cancosa. Así que pasamos por caja nuevamente y acordamos que nos llevaran directamente hasta la frontera, aunque con faena de pala y pico incluido, ya que a la bajada del paso, en el otro lado, hubo que hacer un acondicionamiento de la pista para que pasara el vehículo, y D. Antonio, que así se llamaba, y su esposa no se vieran en problemas para el regreso. El respetable señor contaba con 70 años, pero había que verle mover la pala y el pico. Reanudada la marcha nos percatamos de que nos habíamos quedado a unos km de encontrar un cartel inequívoco, pero aún así la distancia era enorme y pese a contar con agua para potabilizar, quizás hubiésemos llegado justos de comida.
 
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