Bastante repuestos de los respectivos viajes nos sentamos ante los mapas para cambiar de planes: la idea original de ir rumbo al Sajama y Putre, Chile, y bajar por varios Parques Nacionales se daba de bruces con los pocos días de que disponíamos Carlos y yo. Por otro lado, y como habíamos visto de primera mano, empezar a rodar desde ahí supondría una agotadora cantidad de kilómetros en mitad de la nada que no nos aportaría sino polvo y cansancio. Así que optamos por trasladarnos hasta la localidad de Sabaya, a unos 60 km de Chile y del Parque Nacional del Isluga, saltándonos gran parte de lo que queríamos ver, pero los plazos eran los plazos y más vale que sobrara algún día al final, a que faltara, ya que las posibilidades de transporte en el sur eran reducidas.

 

El siguiente mediodía disfrutamos nuevamente de la calidad del transporte en guagua de Bolivia (ruedas lisas; manos en la cabeza en cualquier ITV local,...), la generosidad y calidez de su gente (chófer: “Esa caja si no entra no va”) rumbo Iquique, aunque parando en la citada localidad de Sabaya. El viaje, en su mayoría, nos regocijó de nuestro acierto, evidenciando unos tramos de pesadilla inundados de arena y con un terreno estéril e inhóspito. Como novedad nos ofrecieron comida: un arroz con carne y verduras aderezado con mayonesa que traté como si fueran restos nucleares. Los compañeros se la comieron como si estuvieran en el Mr. Smile y aún están vivos (pero yo creo que con secuelas psíquicas más allá de las propias, jeje).