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Inicio » Crónica Viaje Bolivia-Chile en bicicleta

Sud Lípez

Según avanza la mañana, las tonalidades varían en la Laguna Colorada, de los naranjas más suaves, a los rojizos más saturados.El conductor, suplemento económico mediante, nos había dado la opción de desplazarnos más al sur de lo que habíamos planteado, dejándonos ya dentro de la Reserva Eduardo Avaroa, el Sud Lípez propiamente dicho. Dejamos la idea en suspenso a la espera de ver el terreno y de llegar al lugar elegido, Villa Mar.
 
Nos aguardó un viaje de prácticamente 5 horas por pistas que, al menos al principio, eran bastante llevaderas. Al contrario de lo que había pensado y con  motivo de la enorme cantidad de tours existentes, el tráfico era considerable, y nos cruzábamos asiduamente con todos terrenos tan castigados por las piedras y la tierra del camino como en el que íbamos.
 
Las escasas poblaciones se sucedían y finalmente nos adentramos en zonas más y más áridas y solitarias marcadas por unas pistas arenosas y surcadas de calamina que nos hubieran supuesto un reto casi sobrehumano cruzar a pedales. Los paisajes, cada vez más escarpados y desolados, nos iban introduciendo en el espectacular y conmovedor paisaje del sur de Bolivia; grandes extensiones de terreno y lejanos e inaccesibles picos que controlaban los valles y llanuras.
 
Como adelantó Nelson, el joven conductor, Villa Mar era una población simplísima (¡qué sorpresa!) de la que partía un larguísimo tramo de subida hasta llegar a las cotas del Lípez. Así que la decisión de ahorrarnos casi 60 km de desniveles pedregosos y descarnados fue de carácter inmediato, y tras un periodo más de coche pudiendo contemplar el Uturuncu (pico de más de 6.000 más accesible del mundo) y sufrir traqueteo, llegamos anocheciendo a la entrada de la reserva. El daño colateral era que nos saltaríamos la zona del Árbol de Piedra, por encima de La Laguna Colorada, y cuya distancia no estábamos dispuestos a recorrer solo para sacar unas fotos.
 
Estampa que refleja lo inhóspito del territorio. Una llama, supongo.La entrada oficial a la zona más turística y de naturaleza más salvaje de Bolivia está desprovista de cualquier artificio; la constituye un cuartucho solitario donde se aburre un funcionario igualmente solitario que nos cobró la entrada. El resguardo da derecho a permanecer 4 días en la Reserva y se exige a la salida. Completado el trámite vislumbramos en la penumbra la enorme y emblemática Laguna Colorada, cuyas rojizas aguas se teñían ahora del oscuro de la tarde, llenándonos de deseos de grandes vistas para la siguiente jornada.
 
Nos alojamos en el refugio ubicado a 7 km, y que ya contaba con un nutrido número de mochileros, conciliando el sueño con la expectación de prometedoras vistas de los tesoros naturales que nos guardaba la jornada siguiente.
 
El Sud Lípez ó Sur Lípez es la provincia del suroeste boliviano que linda con Argentina y Chile, zona de altiplano de paisajes desolados y desnudos, de un silencio custodiado por grandes y dentados picos donde solo hay frío; un homenaje a la vista en forma de tierra, piedra y sal. Ni un átomo de cobertura mientras durara el trayecto que recorreríamos, la variante que seguía más próxima a Chile.
 
Salimos temprano y nos adentramos en la maraña de pistas que conducen a La Laguna Colorada hasta llegar al mirador más frecuentado. La Laguna Colorada, una de las joyas de la región y del país, es una enorme masa rojiza de agua de 65 km cuadrados. Su llamativa tonalidad,cambiante según incide la luz del sol, alberga a una gran colonia de de flamencos (pariguanas) que emiten un característico y ensordecedor ruido, y sus orillas destilan un inquietante olor mineralizado.
 
Sacamos muchas fotos, a la que seguramente ninguna hace verdadera justicia, y nos abandonamos a las inabarcables e insólitas vistas de sus naranjas y rojizos, y tras una larga contemplación reanudamos el camino para intentar llegar a la zona del Salar del Chalviri y su terma.
 
Sud LípezNos aguardaba una enorme subida de casi 20 km, pesada y sinuosa que nos llevaría hasta una parte más tendida que derivaría en bajada. Las dudas nos hicieron parar varias veces vehículos para preguntar y hasta nos fotografió alguna sorprendida turista de ver ciclistas por esos páramos. El tiempo pasaba, los kilómetros se estiraban y teníamos que empujar la bici en algunos tramos. La tarde se nos echó encima con un frío gélido que te penetra hasta el tuétano. Fruto del cansancio y del frío por la altitud de los 4.700, terminé con mal humor que pagaron injustamente mis compañeros a las puertas de la larga bajada que nos debía llevar a nuestro destino, pero ya no había tiempo para más. 
 
Oteando la rivera del salar vimos lo que creíamos podía ser el refugio, pero resultó ser una extracción de sal abandonada y montamos las casetas apenas con los últimos rayos del sol. La noche fue gélida, -6 grados dentro de la caseta que compartía con Carlos (fuera quizás pudo ser casi el doble), un frío que humedeció los sacos, congeló el agua de los botellines y nos impidió dormir. Una noche de pesadilla.
 
Salimos la jornada siguiente con el convencimiento de descansar todo el día en la terma de Chalviri, que sabíamos cercana, y así fue. Nos habíamos quedado a las puertas de dormir en caliente y en apenas 5 km dimos con el lugar. Un sencillo refugio con una terma al aire libre de agua a 37º grados y suelo arenoso. Aprovechando la soledad matutina nos metimos en el agua, que por la diferencia de temperatura parecía una caldera. Los visitantes empezaron a sucederse y con más o menos compañía, a las orillas blanquecinas y húmedas del Salar de Chalviri, pasamos gran parte de la mañana a remojo, desquitándonos de la paliza previa. Tras un intento desafortunado de montar las tiendas, terminamos recurriendo nuevamente al refugio y los compañeros hasta se animaron a un nuevo baño nocturno y repitieron en la madrugada. Yo, menos indómito, me conformé con el calor de mi saco sobre un colchón mullido.
 
Al día siguiente nos alejamos de la terma que nos vio alejarnos despidiendo un fantasmal vaho desde sus calientes aguas al frío aire matinal. Nos adentramos en la zona del Desierto del Dali ó Dalí (en honor al pintor catalán), una gran llanura rojiza con gigantescas formaciones rocosas espaciadas entre sí que descansan con languidez, como enormes y mudas criaturas tumbadas al sol.
 
Laguna Colorada, la estrella del Sud Lípez. 60 km cuadrados de agua altamente mineralizada.Debíamos de subir un nuevo tramo por encima de los 4.700, el Paso del Cóndor (sabríamos después su nombre), pero no parecía revestir dificultad. Me equivoqué. Lo que pintaba como una anodina y tranquila mañana de pedales se truncó en una paliza física y espiritual sobre dos ruedas. El frío viento, sibilino, comenzó a abrirse paso en el amplio espacio del desierto, y el terreno empezó a subir. La previsión era solamente de un puerto de unos 6-7 km, pero nos encontramos las mayores rampas de todo el recorrido. Me quedé atrás con Carlos, que había pasado mala noche por el estómago, subíamos tranquilos, a rueda, mientras el porcentaje de desnivel subía y con éste la fuerza del viento. Poco a poco fui encontrándome mal yo mismo, el frío era intenso y notaba una gran pesadez. Se hizo interminable, llegando un punto, casi rematando el puerto, en que estuve a punto de tirar la bici a un lado y echarme a llorar. Una vez tomada la zona de bajada del puerto la cosa no mejoró, el viento no se alió con nosotros y nos martirizó también bajando sobre la blanda e inestable arena. El paisaje, una nevada corona montañosa que precede la zona de La Laguna Verde, era apoteósico, pero mi cuerpo había dicho basta. Bajamos a duras penas azotados por el viento y cerca de la orilla de la laguna nos tiramos rendidos, yo no podía ni moverme. Cuando llegaron Jesús y Jorge me dieron la vida en forma de medicación y chocolate y dudé hasta de poder completar los 7 km que nos separaban del refugio de montaña que en teoría esperaba. Por suerte recuperé.
 
La Laguna Verde, de un turquesa pálido, y La Laguna Blanca, separadas por escasa distancia, están a los pies de unas magníficas montañas comandadas por el impresionante Licáncabur, un volcán que roza los 6.000 mts, justo en la frontera entre Bolivia y Chile. 
 
Recorrimos los últimos kilómetros en la inmensidad de los espacios que ofrecía el amplísimo y yermo paisaje, cercanos ya a la triple frontera con Argentina, y llegamos  temprano al refugio. Sorpresivamente estaba muy bien dotado y comimos y dormimos debidamente, acostándonos muy temprano, ya que descubrimos que Carlos y yo teníamos fiebre. Habíamos ido reventados y con razón.

 
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